01/08/2025.- Página/12.- Por José Luis Lanao ( Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón mundial 1979).- Foto portada: Carlos Tevez, ahora entrenador de Talleres. Imagen: Fotobaires.
El ahora entrenador de Talleres tuvo palabras de elogio al gobierno de Javier Milei.
Un ojo. Solo un ojo. El estallido de un globo ocular en una sociedad donde se mira poco es devastador. Mirar es una forma más de habitar el mundo. Al final lo que vemos -y como lo vemos- nos define. Exige algo de nosotros. Ojos dispuestos a detenerse, a atravesar el odio, a buscar un rastro de humanidad que nos vincule con lo que vemos. Sólo se ve lo que se mira, y sólo se mira lo que se está preparado para ver. Los costes de perder de vista esta mirada puede abrir la brecha entre el mundo que habitamos y el que tenemos la responsabilidad de construir, siempre bajo el imperativo “kantiano” de un mínimo de esperanza y de justicia. Lo exige Jonathan Navarro, hincha de Chacarita, afectado por la perdida de visión absoluta en su ojo izquierdo como consecuencia de una bala de gas pimienta disparada por un agente de Prefectura (hoy identificado) en la ya conocida marcha de los “viejos apaleados”.
El proyecto ultraliberal tiene su particular idea de “genocidio”: destruir toda idea de “genos”, es decir de comunidad, de memoria, de vínculo social y de cualquier legado que nos permita ser algo más que individuos aislados.
Una de las razones del auge del autoritarismo es que parece muy fácil fundar un movimiento de extrema derecha. Basta un celular, expresar unas cuantas barbaridades, proclamar soluciones drásticas, grandilocuentes e irreales, y retórica de mano dura. Lo gracioso es que el que los vota cree que la mano dura solo afectará a los demás, no a él. Hasta que va a un hospital o a una escuela pública, o quiere alquilar un departamento, o se queda sin trabajo y se da cuenta de que ya hay solo dos clases, y tú no estás en la que pensabas, solo porque tengas la tele más grande de la tienda que pagas a plazos. La ficción de ser clase media, y no un trabajador de toda la vida, es la que hace pretender protección de los que son más pobres que tú, cuando en realidad tienes más en común con ellos que con los que te venden la epifanía.
Todos sabemos lo que pasa con los países de confites y purpurinas cuando los indignados, los atomizados, los expulsados de todo interés común abandonan de pronto su aparente indiferencia y recuperan aquellos sueños dormidos que todavía no han sido derrotados.







