31/10/2025.- Página/12.- Por Marcial Amiel.- Foto portada: Fernando De La Rúa junto a Domingo Cavallo. Imagen: NA.
Mi amigo Marcelo da clases de Semiótica y Análisis del Lenguaje en distintas universidades del conurbano. En su programa de estudios enseña las figuras retóricas, entre ellas las falacias. Una de ellas siempre me llama la atención.
La falacia de causa-consecuencia consiste en tomar dos elementos que se suceden cronológicamente y presentar al primero como causa del segundo o al segundo como consecuencia del primero, que viene a ser lo mismo.
«Mi amigo se bajó del tren y se comió un pancho en la estación. Al cruzar la avenida, lo pisó un 343. Conclusión: comer panchos mata», repite desde hace años y logra las mismas risas, sin excepción. Marcelo apela al ridículo para mostrar los engranajes del mecanismo, que es el mismo que opera la derecha cuando nos propone «que el esfuerzo valga la pena», «pasar el invierno» o esperar «el segundo semestre».
La idea de que sólo el sufrimiento presente nos hará merecedores de un bienestar futuro, que además es impreciso e indeterminado, matchea muy bien con la identidad criolla. Está en el tango que dice que «primero hay que saber sufrir», y también en la idea religiosa que propone «ganarse el cielo«.
El problema es que la economía no funciona así. Como en la vida en general, en economía hay esfuerzos que tienen sentido, porque son parte de un determinado plan estratégico, y otros que no. Los que no, generalmente son parecidos a eso que se conoce popularmente como «el cuento del tío». En la Argentina actual, el trending topic de los cuentos del tío es el carry trade o la «bicicleta financiera».
Este domingo, los consultores políticos descubrieron una nueva variante del mismo razonamiento. La idea, azuzada por el presidente estadounidense Donald Trump, del castigo divino. Esto es, «si no votan a Milei no hay más dólares y arderán en el infierno, como ya les pasó en 2001».
A contramano de lo que algunos creímos, la amenaza funcionó. Muchos votaron al oficialismo creyendo que así conjuraban ese peligro, versión premium del denominado «riesgo kuka», que ya había sido utilizado sin éxito en las contiendas provinciales.
Como si la abundancia o falta de dólares reales dependiera del resultado de una elección legislativa y no del rumbo macroeconómico o como si no debiéramos apartarnos prematuramente de la senda de sufrimiento que nos propone el gobierno libertario, para llegar algún día al paraíso.
La verdad puede ser dolorosa, pero es mucho más sencilla. Este gobierno, que necesita una inyección extraordinaria de dólares cada seis meses (blanqueo, cosecha, FMI y Tesoro), se va quedando sin mecenas a quién manguear. No tiene un problema de liquidez transitoria, como repitió Milei más de una vez, sino una estructural.
Los especialistas reconocen y advierten desde hace tiempo que las inversiones que se necesitan para convertir en divisas las riquezas naturales no van a venir con un peso artificialmente sobrevaluado sencillamente porque esa variable distorsiona y encarece toda la ecuación.
Al tándem Menem-De La Rúa, que tuvo en común a Cavallo, el hechizo le duró una década, porque tenían todas las joyas de la abuela para liquidar, justo en el momento dorado de la caída del muro de Berlín, el consenso de Washington y el fin de la historia. Y aun así, un día todo eso se terminó.
A Milei, en cambio, le toca un mundo proteccionista, de guerras comerciales entre potencias. En ese contexto, jugó su suerte a la de un aliado o mentor que no se caracteriza por cumplir la palabra empeñada.
¿Estados Unidos tiene un plan de largo alcance, un paquete de ayuda que aún no mostró, más allá de sus intervenciones en el mercado de divisas? Nadie lo sabe, pero cuesta imaginarlo. Trump no es Kissinger, precisamente. Y Scott Bessent es peligrosamente parecido a su colega Luis Caputo.
Haber votado a Milei no evita la debacle, de la misma manera que el monto que te presta el banco depende de tus ingresos y egresos y no de la camisa que te pongas para ir a la sucursal. A lo sumo, el resultado del domingo la posterga un poco. Nadie sabe por cuánto. Pero cuanto más tardía sea la corrección, más duro será el baño de realidad.
Un peso, un dólar. Ese fue todo el discurso económico de De La Rúa en la campaña presidencial de 1999. Si le había funcionado a Menem apenas cuatro años antes, ¿por qué no de nuevo? En simultáneo, el otro candidato era Eduardo Duhalde, el gobernador bonaerense que conocía bastante el entramado productivo del conurbano, de la realidad de las pymes y del empleo. Advirtió que era hora de buscar un tipo de cambio competitivo, para poner en marcha las fábricas. En aquella elección, la ilusión de prolongar el uno a uno le ganó. Pudo más pero duró poco.
El que no produce dólares genuinos, y además debe pagar intereses de una deuda cada vez mayor, nunca tendrá dólares suficientes, no importa a quién vote ni cuanta penuria, desempleo y pauperización esté dispuesto a soportar. No pasa por ahí. Mi amigo Marcelo tiene razón. Los panchos no matan pero las falacias sí.







